Las medias verdades
En la columna del lunes anterior quedó pendiente un tema: el de la verdad como deber social.
La práctica consuetudinaria de mentirle al elector parece apoyarse en el hecho aceptado de que los políticos, en vez de hombres de estado solo son unos propagandistas que hacen publicidad y la publicidad nunca dice verdades completas y se especializa en las verdades a medias.
Al hacer sus campañas, partidos y candidatos se atienen a las reglas de la publicidad y sin pudor alguno mienten al enunciar sus programas y promesas, también al atacar a los contrarios, o al referir las propias realizaciones. Sucede así en el largo prontuario de las agencias de relaciones públicas contratadas por las campañas y ha sucedido en las de nuestros candidatos. Ocurrió, según la confesión de boca del gerente de la campaña del ‘No’, pero ese uso tradicional de la mentira en el discurso político, ¿legitima esta práctica?
El mundo está asistiendo con los nervios crispados a los discursos de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos y atento a lo que puede ser verdad o mentira en sus presentaciones. Presumiblemente los electores tienen el derecho a que se les diga la verdad; por eso la presentación pública de una declaración de renta es bien vista; su ocultamiento, en cambio, genera sospechas.
Lo mismo debería ocurrir cuando hay acusaciones. Aquí se hizo célebre la acusación contra el candidato Santos, según la cual su campaña habría recibido una cuantiosa ayuda de narcodineros; pero el acusador nunca presentó una prueba, sin embargo el efecto sospecha se logró. Ese mañoso sistema de acusaciones sin pruebas, de las promesas sin cumplimiento en que al elector se le niega la verdad, es costumbre tan aceptada como la de los anuncios publicitarios que mienten a medias. Los efectos de esta práctica se ven, aunque pocas veces se relacionan con sus causas. El político mentiroso (no es una redundancia porque hay excepciones, aunque pocas) minan la confianza pública, y ésta es un elemento necesario para la vida en sociedad. Esa situación de patética desconfianza de todos para con todos, que multiplica los requisitos: firmas, sellos, autenticaciones, juramentos, certificaciones, que convierte cualquier gestión pública o privada en una azarosa carrera de obstáculos, es consecuencia del estado de mentira de la sociedad.
No es la única consecuencia. La otra la lleva dentro de sí cada ciudadano. A fuerza de sentirse víctima de la mentira llega a creer que nada es verdad y así su inseguridad crece, en la vida social y dentro de su hogar. Relacione usted esto con el crecimiento de la violencia doméstica, con el aumento de las patologías derivadas de la angustia, la incertidumbre y el miedo y medirá el impacto de la mentira en la sociedad.
La mentira está gobernando las elecciones, los programas políticos, la publicidad, la vida privada y, lo peor, es que se la está aceptando sin reacción, como si fuera otra característica de nuestra vida familiar y en sociedad y un arma más en la vida política.
Jrestrep1@gmail.com
@JaDaRestrepo
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