El Heraldo

El carnaval está en otra parte

El carnaval no ha muerto, cambió de puerto. Ante tanto engaño, se mudó hace años, ante tanto empeño volvió a su dueño. Y no hay que ser experto, sigue siendo pedrada en ojo de tuerto. Un tuerto de medio lado, que vive en el pasado, mira desde su satélite y dizque se llama élite. Que no te turbe ni te espante: el carnaval es burla de los gobernantes, pero en tierra de ciegos eso les da miedo. Pero a ese humor no se le miden, carecen del abecedario, los cavernícolas de la radio. Ni es herida que supura nauseabunda en la ciudad de la envidia inmunda. No es veneno ni parla de historiador chileno. Respiración, transpiración, inspiración, el carnaval es creación.

Nada de Vía Cuarenta, sino la gente que lo inventa, que lo busca donde se halle, mejor en la mitad de la calle. Carcajada de la serpiente, así ha sido siempre. Divergencia, disidencia y diferencia. Sin discurso que lo justifique ni psicología que lo explique. Desde hace cien años, en esta ciudad de engaños, el carnaval no tiene otro logo que un grito de desahogo, un grito que es la verdad, un grito que es libertad. Una energía siempre viva, una creación colectiva, y que nadie la tuerza ni le pongan camisa de fuerza. El carnaval es elogio de la locura, y aunque no lo dijo Erasmo, es un instante eterno como el orgasmo.

Por eso un carnaval reglamentado es un carnaval castrado. Desde que subió al palco se encerró en un catafalco. Es arte, está en todas partes. No en el señorón que viene de París, pero no ve más allá de su nariz, ni en la asepsia tan fina de gente que se cree neoyorquina, y viven RIP en la corte del power trip. No está en la pose populista de la señora capitalista. Está por aquí y por allá, el carnaval está intacto en el lugar exacto donde lo dejó olvidado Carnaval S.A. Como en un juego de villanos, se les fue de las manos. Y esta no es opinión, ni búsqueda de la razón, son verdades del corazón. El carnaval es subversión, es la otra versión que nace en el territorio libre de la imaginación.

El carnaval es un rito, no tiene ni que ser bonito. Con su máscara que es rostro, con su antifaz y su muda faz, con su haz y su envés el carnaval ES. Asfixiar el carnaval con represión es matarlo de inanición, la élite da la lora y le niega al pueblo su capacidad creadora, esa que le ha permitido ejercer la libertad mientras ha vivido oprimido. El carnaval no ha muerto, vive para seguir siendo la pedrada en el ojo del tuerto. Y hasta me sale sin esfuerzo esto de decirlo en verso, porque en la esencia de sus cuatro días el carnaval es poesía. Pero a la gente de Barranquilla, que de la libertad era un faro, hasta han querido imponerle un carnaval caro, cuando es su cuento de hadas y la belleza no cuesta nada.

Y espanto, en ese carnaval que uno quiere tanto, con el pulso de recónditos tambores, en plena Batalla de Flores, te encoges, te inflas, cuando te das cuenta que ni siquiera pasó Cantinflas. Carnaval nes pas mort, se volvió for export. Nada de Vía Cuarenta, está en la gente que lo inventa, por aquí y por allá, donde no está Carnaval S.A. Hay que decirlo con arte: el carnaval está en otra parte.

diegojosemarin@hotmail.com

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